El Niño que sí se Subió al Juego
Sobre el niño que tuvo miedo a la vida… y el hombre que se atrevió a vivirla
Ya actualicé el audio del escrito pasado: “Una Persona es sus Compromisos”.
No te quedes sin la inspiración de la siguiente historia…
El Niño que sí se Subió al Juego
Para mi viejo amigo:
“En todo aquello a lo que nos entregamos voluntariamente —con palabra, acción y presencia— se revela nuestro verdadero ser”, escribí la semana pasada sobre los compromisos.
En cada compromiso cumplido hay crecimiento y expansión de las fronteras de nuestro conocimiento.
Solo en la acción enfocada pasamos de la vivencia a la experiencia.
Para comprender algo, primero debemos saberlo. Pero saberlo no nos hace comprenderlo. Debemos pasar de conocer los beneficios de la meditación a experimentarlos en nosotros mismos.
Comprender es mucho más importante que saber.
Hoy te comparto la historia de un niño que le tuvo miedo a la vida… y el hombre que se atrevió a vivirla.
Un hombre que, aunque siempre lo supo, nunca llegó a comprender por qué el miedo gobernaba sus decisiones.
Cuando la vida quiso entregarle las perlas de la experiencia, el miedo no supo recibirlas.
Se perdió la riqueza contenida en esas experiencias. Desde el gozo en libertad con amigos hasta la pasión de la conquista con una mujer.
El miedo dirigió su vida enfocada en el deber ser.
Hace dos años, en una boda, me acerqué a decirle:
— “Cuando dejes de guiar tu vida por el miedo y la vivas desde el corazón, conocerás la libertad.”
Sentí que el mensaje no fue comprendido, aún así, nunca hay que subestimar el poder de una semilla.
Sutilmente seguí regando la semilla en nuestras interacciones, confiando en el poder de su intención.
Hace seis meses recibí un mensaje:
— “DJ, ¿cómo puedo aprender de la huella de abandono? Creo que encontré algo de mi infancia que necesito explorar”.
Pensé: Llegó al punto en el que es más doloroso quedarse igual que comprometerse a cambiar.
Sintetizando mi respuesta le dije:
— “Si tu máximo compromiso es descubrirte a ti mismo, hasta hoy no conozco un trabajo más profundo y práctico que Semiología de la Vida Cotidiana. Ninguna ceremonia, retiro, terapeuta, curso, viaje, Michal Singer, Tony Robbins, monje Budista o libro me ha dado tanto conocimiento de mi mismo”.
Días después inicié la curada convocatoria de la tercera entrega de El Camino de la Mente al Corazón, y lo invité a sentarse frente a su propio espejo. A encontrarse consigo mismo. A comprenderse.
— “Siéntelo más de lo que piensas. El llamado no entiende de razones. El llamado simplemente es.”, le dije.
Semanas después decidió no participar.
A los pocos días nos vimos, y en su plática, sus historias y sus palabras, se sentía a un niño queriéndose subir al juego de la vida para descubrir el mundo explorándose a sí mismo.
Le compartí aprendizajes de mis hermanos del camino. De la profundidad de los entendimientos de estas experiencias. Sobre el propósito y la intención que sostienen estos espacios donde, realmente, nadie entiende ni puede explicar qué sucede.
— “Me conoces desde los 10 años, tú observa si me ha hecho bien o no. Por algo me acompañaron Manolo y mi papá al pasado.”, le dije.
A la mañana siguiente, recibí un mensaje:
— “DJ, estoy dentro. Me voy a iniciar en el camino de la mente al corazón.”
— “Este paso puede representar el inicio del compromiso más significativo de toda tu vida. Es un camino sin destino, y el primer paso es hacerse incondicionalmente responsable de uno mismo.”
A 45 días de las noches de maloca, los buscadores de sentido, convocados por el Gran Mecanismo, como en Rivendell y en La Comunidad del Anillo, nos reunimos en mi casa para iniciar nuestro camino hacia la guerra interna.
Entre risas, abrazos, lágrimas, confesiones, historias de miedo y amor, nació la camaradería.
Y en un absoluto compromiso consigo mismo y para reforzar su preparación, el hombre dedicó 32 horas a los cursos I y II de Semiología de la Vida Cotidiana: “El Conocimiento de Uno Mismo” y “Huella de Abandono” antes del retiro.
Pasó de ser el prisionero del miedo tras las rejas de la cárcel que él mismo construyó, al hombre que comprendió el beneficio de descubrirse a sí mismo y, con entusiasmo, emprendió su Hero’s Journey.
En esa decisión inició la transformación de un autoconcepto.
Ya en el retiro, rendido ante el fuego del temazcal, mientras Huitzi nos contaba cómo reinventarnos a nosotros mismos, se entregó para dar otro gran paso: agradecer profundamente la vida y el ejemplo de su padre.
El hombre ya se sentía otro… y el mismo.
A la noche siguiente, caminando de la mente al corazón, inició su gran viaje para limpiar la vida desde adentro.
Navegando en la fuerza de los mares de su propia evolución, se encontró con las memorias de un niño de 8 años: irracionalmente optimista, curioso por naturaleza, lleno de vida y con el entusiasmo inquebrantable de un pequeño humano que quiere descubrir el universo.
Lo vio festejando en un parque de diversiones. Sus amigos disfrutaban la descarga de adrenalina, el vínculo y la camaradería que nace de vencer el miedo y subirse juntos al juego.
Pero él no.
Él los acompañó en la fila, pero no se subió al juego.
No sintió la contención ni la seguridad para atreverse. Su miedo era más grande. Y sin saberlo, esa decisión definió el resto de su vida.
Ese día no regresó a casa un niño lleno de vida después de un día de adrenalina y diversión con amigos.
Regresó el niño que no se subió al juego.
Fragmentado por dentro. Derrotado ante sí mismo.
Antes de dormir, atravesó un juicio interno tan duro que, en lo más profundo de su ser, sembró el autoconcepto del niño que le teme a todo lo que lo hace sentir vivo.
Al día siguiente despertó el niño miedoso, y la vida no volvió a ser la misma.
Inició una vida gobernada por el miedo a vivir. Al riesgo que te hace sentir vivo. Al compromiso que te impulsa a renacer. A las relaciones que son un espejo de ti mismo. A las aventuras que te regalan las perlas de la experiencia.
El hombre, internamente, lo sabía. Pero fue hasta ese ceremonioso momento que pudo comprenderse a sí mismo.
A la mañana siguiente, describiendo su experiencia, nos compartió:
— “No me subí al juego, y ese momento definió mi vida hasta hoy.”
Pasó el día contemplando su historia para entender qué lo trajo hasta aquí. Lo hizo como un maestro: observando sin juicio, honrando y agradeciendo el entendimiento que le daría claridad, enfoque y dirección para una nueva vida.
Llegada la noche, tomó su siguiente copa. De nuevo, navegando en la fuerza de su mar de evolución, vio con claridad a esa versión de sí mismo que ama la vida.
Que vive desde el compromiso y el acto de coraje, desde el propósito y la intención, desde el corazón, la confianza y el amor.
Revivió las decisiones que lo alejaron de sí mismo. Los arrepentimientos que dejaron huella. Los momentos en que su alma anheló un sí, que una mente sometida al miedo no le pudo dar.
El viaje lo llevó a descubrir su límite más allá del límite. A romper la barrera que separa la mente y el corazón. Se tuvo que perdonar y amar para, con la fuerza del amor, romper el cascarón.
Ahí vio nacer en sí mismo la admiración que creó la inspiración que inició su transformación.
Y comprendió que limpiar la vida desde adentro y transformarse es un máximo compromiso.
Éramos nueve hombres compartiendo una incomunicable celebración de la vida, al ritmo de los sonidos imposibles de la flauta de Don Guacamayo, el djembe del Turpial y los tambores del Ruiseñor, esperando al niño…
Esperando que se atreviera, que se comprometiera, que se entregara a sí mismo.
Y cuando el último vagón del juego estuvo a punto de partir, el niño de 8 años se puso de pie… y se transformó en el hombre que sí se subió al juego.
— “Aquí nació el niño que sí se subió al juego”, cantó el Guamacayo.
En las lágrimas, los abrazos y el gozo de ese Momento de Tranquilidad, el hombre nos enseñó que nunca es tarde para atreverte a ser tu propio camino, porque detrás del miedo estas tú.
Ahora no solo sabe. Ahora ya comprende que, aunque el gusano es muy feo, el vuelo de la mariposa es hermoso.
Gracias por dejarnos acompañarte en el juego de la vida. Cuando sanas tú, sanamos todos.
Y sobre todo…
Gracias por la inspiración de ese momento.
Hola , que excelente historia que nos hace pensar en los momentos qué marcaron nuestra infancia y que no nos damos cuenta cuanto nos afecta en la vida de adultos
Guau Miguel, me moviste el tapete! Me dejas reflexionando profundamente. Muchas gracias.