La fantasía de la superioridad
Sentirte mejor que lo que hay
Cuando dejo de sentirme mejor que lo que hay, esto que hay se pone mejor.
Nos dijo Raúl Romero a mi padre, a mis hermanos y a mí.
Una verdad que estoy procesando desde el 8 de noviembre en la reflexión de mis errores.
Hay un momento de claridad y madurez en el que entendemos que culpar y reclamar a nuestros padres es la posición de mayor comodidad y la de menores probabilidades de evolución para nosotros.
Los señalamos con argumentos de la víctima: “no estuviste”, “fue tu culpa”, “tú me educaste”…
Y sí, recibimos una herencia cultural de los padres y de la familia en que nacimos, de las escuelas y de la sociedad en la que crecimos. Y también, nuestro viaje por la vida está diseñado de forma que un día —queramos o no— descubramos que el puente al siguiente nivel se llama: responsabilidad.
En el instante en que la palabra finalmente cobra sentido, inicia nuestra aventura para —con huevos y persistencia— descubrir quién somos debajo de la máscara.
Hay personas que son eternos adolescentes con conductas compulsivas ante el dinero, las sensaciones, el poder, el sexo o la fama. El denominador común no son las tentaciones, sino una persona que señala culpables y no se responsabiliza de sí misma.
Sabemos que la búsqueda irresponsable y desmedida de las sensaciones, el dinero o el sexo puede destruir familias o quebrar empresas, pero no hablamos de que los distintos caminos de desarrollo personal tienen trampas que también afectan nuestro proyecto y la calidad de vida.
Por ejemplo, en los últimos seis años: crucé continentes, conocí maestros de diferentes visiones, participé en todo tipo de retiros, cursos y ceremonias, y estoy rodeado de personas que admiro, respeto y amo.
Y aun así, llegué a un retiro con mi padre y mis hermanos no desde la humildad de un eterno aprendiz de sí mismo, sino desde la soberbia de sentirme más desarrollado y trabajado.
Así…
Claro.
Directo.
Transparente.
Atento a la lectura del momento, Raúl observó nuestras actitudes y los significados en nuestra historia personal dentro de la familia. Paró la discusión y nos dijo:
Cuando dejen de sentirse mejor que lo que hay, lo que hay se pondrá mejor.
Esta verdad aplica para todo: la familia, los amigos, la empresa… y la vida.
El sabio con su sabiduría puede sentirse mejor que lo que hay.
El deportista con su cuerpo puede sentirse mejor que lo que hay.
El millonario con sus millones puede sentirse mejor que lo que hay.
Cada que me siento mejor que lo que hay, lo que hay se pone peor.
Cuando me siento más desarrollado que mi padre y mis hermanos, esos aires de falsa superioridad generan fricción que quema, fragmentación que divide y separación que duele.
Lo mismo pasa con nuestras relaciones más cercanas y en nuestras empresas. Si me siento superior, se evapora la mística, la alineación y la mentalidad compartida.
El punto negro aparece. Surge la queja. La energía se drena. El espíritu de equipo se pierde. La fuerza del colectivo se reduce a la debilidad del individuo.
Sentirme superior genera una desconexión. No solo con los otros, también conmigo mismo.
Esa desconexión hace imposible que ofrezca mi regalo a la familia, a los amigos o a la empresa, porque internamente no hay alineación. El regalo surge desde el centro que se da en la alineación interna.
Literalmente, en el momento en que elegimos vivir nuestro propósito y ofrecer nuestro regalo al mundo —los astros se alinean— y todo es posible.
Cuando dejo de sentirme mejor que lo que hay, lo que hay se pone mejor.
Se pone mejor porque aceptar lo que es permite reconocer lo que hay.
¿Qué es esto que hay?
La voluntad inquebrantable de intentarlo una vez más por otro camino. El ejemplo consistente de hacer el trabajo necesario para mantener la familia unida. El deseo de, juntos, querer más y querer mejor.
Lo que hay es un padre y tres hijos caminando de la mente al corazón.
Aceptar lo que es eleva nuestra perspectiva para observar el sistema familiar (empresarial, social, etc.) sin filtros personales y reconocer lo que es.
Al reconocer lo que es, aprendemos a jugar con lo que hay.
Al aceptar y reconocer lo que es…
Dejamos de pensar en lo que falta, en lo que está mal y en buscar culpables, para valorar lo que hay y recrear el juego como uno constructivo, divertido y alineado al objetivo compartido.
Cuando me siento superior, separo.
Cuando soy, uno.
Cuando me siento superior, divido.
Cuando soy, multiplico.
Cuando me siento superior, rechazo.
Cuando soy, amo.
En el momento en que dejo de sentirme superior, lo que hay se pone mejor y se crean las condiciones propicias para ofrecer mi regalo. Me abro un camino de servicio en el que, al ofrecer mi regalo, voy a recibir más de lo que doy.
Mi camino no es el de mi familia, mis hermanos o la empresa, y así debe ser, porque cuando dejo de pensar que mi camino es mejor que el tuyo, se revela el valor que tu camino tiene para ofrecer al mío.
Cuidado con la fantasía de la superioridad porque solo destruye los vínculos de la familia.
Antes del final del año, para y contempla con quiénes, cuándo y en dónde te sientes mejor que lo que hay.
Puede que no sea el mundo, sino tú mismo quien está bloqueando la llegada de tu regalo a tu familia y al mundo.
— Miguel
Algo para pensar…
Obsesiónate en cómo mejorar la vida de los demás y deja de pensar en ti.
— Isra Bravo
Internal flight…
Si no puedes mantener tu atención hasta entrar en flow, la música es un vehículo que facilita el acceso a ese estado mental en el que las ideas y la creatividad fluyen sin parar.
Te comparto esta ceremonia de Estas Tonne para escuchar mientras escribes, trabajas, manejas o cuando se te ocurra…
¡Gózala!


Uff que gran artículo Mike, gracias por compartir y compartirte.
Un abrazo con gran responsabilidad, humildad y aprecio.