Reflexiones de un año de paternidad
El martes, mi hijo cumplió su primer año navegando el Gran Misterio que es la vida.
Su llegada representó cuatro nacimientos en uno: nació un bebé, nació una mamá, nació un papá y, juntos, nacimos como familia.
Recuerdo cuando fui a nuestra habitación y me encontré con mi familia. Ellos eran los mismos, pero yo cambié para siempre. Ahora era padre de Mateo.
Instintivamente busqué a mi papá, nos vimos a los ojos, compartimos una mirada y, sin decir nada, nos dimos uno de los abrazos más significativos de toda mi vida.
Ya pasó un año y, cuando regreso a ese abrazo, comprendo que no he asimilado el significado del profundo silencio de un primogénito que abraza a su padre el día en que su propio primogénito lo ha convertido en padre.
Tampoco he integrado que una vida depende de mí. A veces, mientras en silencio lo observo jugar, gatear y ser el que es, mi voz interior me habla directo y fuerte al corazón diciendo: “¡No mames, ya eres papá, cabrón!”.
Pareciera que 365 días de Mateo, con todo lo que eso incluye, no han sido suficientes para asimilarlo.
Dentro de lo poco que he comprendido es que la esencia de mi paternidad estará profundamente marcada por la calidad de mi relación con mis padres.
Sé que he evolucionado porque cada vez los señalo, enjuicio y culpo menos, o no los hago responsables de mis procesos de significación. Todo lo que me proyectan, sea positivo o negativo, me habla más de mí que de ellos.
De hecho, la calidad de nuestra vida es igual a nuestro nivel de conciencia, que es igual a los significados que damos a las experiencias de nuestra vida.
No estoy peleado con ellos, estoy transformando los significados que dejaron huella por no ser procesados y, como consecuencia, los proyecto en mis otras relaciones.
Podré cambiar mi perspectiva, pero hoy creo con firmeza que la relación con nuestros padres define sustancialmente la calidad y profundidad de nuestras demás relaciones.
Ellos son nuestro origen de esta vida.
Nuestros hijos, nosotros, nuestros padres y todos los que vinieron antes, somos la fusión genética, energética y espiritual de dos linajes: materno y paterno.
Mi querido maestro, Alfonso Ruiz Soto1, lo definió con precisión:
“La concepción es el vínculo de dos linajes en un solo destino.”2
La concepción es un micro-mini-milésimo-instante en nuestra línea del tiempo y, de todos modos, es el momento más importante de nuestra vida porque define nuestra herencia maestra: el código genético.
En ese efímero momento, nuestros padres nos dieron todo lo que somos.
Las características de nuestro cuerpo, cerebro, sentidos, órganos, potenciales, raciocinio, sentimientos, creatividad… y todo lo que nos hace genéticamente únicos e irrepetibles.
Si no somos conscientes de eso, perdemos de vista que sin ellos no hay vida.
¿Cuántas veces no deseamos que nuestros padres fueran como los papás de nuestros amigos? Más divertidos y menos regañones. Más relajados y menos estrictos. Más cariñosos y menos controladores.
Pero basta con parar tres segundos…
E invocar con atención plena el instante de nuestra concepción para comprenderlo como la unión de dos linajes que forjaron nuestro destino y experimentar la gratitud.
A nuestros padres, antes que nada y después de todo, la gratitud. Porque sin ellos no existe la experiencia de la vida humana.
Imagínate perderte de la inmensidad del mar, del aire puro de las montañas, de los abrazos de tus padres, las travesuras con tus hermanos, de hacer el amor con tu pareja, los viajes con tus amigos, tu vocación, los libros, la música, la comida, el arte, todo lo significativo para ti y, más importante, el amor incondicional que sentimos por nuestros hijos.
Siempre habrá temas a resolver con nuestros padres, pero será más fácil si lo hacemos desde la gratitud del corazón, porque en el corazón todo cabe y con amor todo se puede.
Muchos no conocemos al ser humano detrás de nuestro padre y madre. No hemos rascado lo suficiente en su historia para entenderlos.
Una vez que investigamos profundamente la historia de cualquier persona, obtendremos la información que nos hará comprender que “toda persona tiene las más profundas razones para ser como es y hacer lo que hace3”.
Por eso voy aprendiendo y descubriendo la epifanía que nace del agradecer al linaje en lugar de rechazarlo.
Sin gratitud hacia nuestros padres y su linaje, será imposible reconciliarnos plenamente con ellos y no podremos asumir la totalidad de nuestro Ser.
No importa si viven o ya partieron, si hicieron o deshicieron, si pegaron o no pegaron. El significado de esas dos relaciones define la calidad de nuestras demás relaciones.
Entre más dañada la relación con nuestros padres, más importante es trabajarla, porque la liberación que experimentarás no habrá nada que no pueda lograr. Te moverás por la vida con confianza absoluta en tu ser y con una fuerza vital que no has experimentado.
Y lo no trabajado con nuestros padres se proyecta en las expectativas de nuestra pareja y de nuestras relaciones más cercanas.
Ya lo viví y lo estoy integrando.
Durante muchos años he idealizado a las personas que admiro profundamente. Eso creó una jerarquía y separación en la que yo me puse por debajo. ¿Por qué lo hacía? Porque en esas relaciones proyectaba lo que buscaba en mi relación con mi papá. Sin saberlo, asumía el rol de hijo y los puse a ellos en el de padres.
Fue una conducta inconsciente hasta que comprendí el beneficio: si yo, Miguel, en mi escenario interno de conciencia, me reconcilio con los significados que tengo de la relación con mi padre, entonces no necesito el reconocimiento de nadie más que el mío y, por lo tanto, confío plenamente en mi Ser, y todas esas relaciones idealizadas se humanizan, creciendo en profundidad y amplitud.
Pasamos de ser el maestro y el discípulo, a ser hermanos del camino.
No soy ni modelo, ni el hijo perfecto. Soy consciente del regalo que nuestros papás nos dieron —la vida—, porque eso transforma nuestra relación con ellos y, al hacerlo, nos transformamos a nosotros mismos, porque dejamos de excluirlos para integrar todo lo que realmente somos.
Esto no lo escribo para dar ilusiones a mis padres, lo escribo para agradecerles y recordarles que, aunque podemos tener diferencias, discusiones y puntos de vista opuestos, ahora soy consciente de que la muestra de amor más grande que un ser humano nos puede dar es la vida.
Soy consciente del cambio de vida que atravesaron cuando nací. De su falta de experiencia. Su cansancio y desesperación por noches y noches sin dormir. Su impredecible cambio en la relación de pareja. Su frustración explosiva con un bebé enfermo. Su abandono de la vida social. Su cambio de prioridades, pasando ellos a un eterno después. Su renuncia a ciertas amistades. Su energía misteriosamente inagotable. Su trabajo para el progreso de la familia. Y, sobre todo, entiendo su amor incondicional.
No importa nuestro nivel de preparación, amor y dedicación como padres. Todo padre se equivoca y todo hijo lleva su huella por carencia o exceso.
La huella es el precio de haber nacido en la experiencia humana.
No hay trascendencia ni evolución sin huella. Es el trabajo personalísimo que todos tenemos al llegar a este plano.
La huella es la entrada más oscura, solitaria e intransitada al bosque interior. Es nuestro Hero’s Journey.
Entrar al bosque es el acto de coraje de hacernos radicalmente responsables de nuestro camino por la vida, independientemente de lo que haya pasado antes.
Ese acto es el proceso de individuación en el que te transformarás, romperás y soltarás todo lo que no eres para descubrir el gran regalo de la vida: encontrarte tú contigo en el gran viaje de regreso al centro de tu ser.
De no atrevernos a entrar al bosque, estaremos programados y condicionados a reaccionar de manera similar u opuesta a todo lo que nos cagó de nuestros padres, desperdiciando la oportunidad de haberlo hecho mejor para nuestros hijos.
Ese acto de coraje es lo que Alfonso Ruiz Soto expresa como:
“Aquel que no se convierta en su propio padre y en su propia madre, no verá el segundo nacimiento”.4
El momento en el que naces tú en ti mismo. El nacimiento de tu Ser interno.
Agradezco a mis padres por la obra divina que es la vida. La unión entre la ciencia y el espíritu es incomunicable, es inefable. Es lo mejor que nos pudo haber pasado.
Agradece a tus padres y suelta la coraza del corazón.
Y hazte responsable tú de ti, porque detrás de la huella está tu verdadero Ser.
El Dr. Alfonso Ruíz Soto es el creador del Modelo Educativo de Semiología de la Vida Cotidiana.
Semiología de la Vida Cotidiana, Curso II, Huella de Abandono.
Semiología de la Vida Cotidiana, Curso I, El Conocimiento de Uno Mismo.
Semiología de la Vida Cotidiana, Curso II, Huella de Abandono.
“Pasamos de ser el maestro y el discípulo, a ser hermanos del camino”. Pongo esta cita, pero podría incluir todas las frases del texto. Hermoso ¡y tan cierto!🦉👏🏼👏🏼
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