El Llamado a la Guerra
“Men need to go to war”, gritó Dan Murillo en la cima de la montaña mientras nuestro helicóptero se perdía en la blanca inmensidad de las montañas.
Skis, snowboards, GPS, radios, palas y mochilas contra avalanchas.
Dos equipos de diez hombres y un guía: algunos viejos hermanos del camino y otros nuevos, reunidos para este llamado a la guerra.
Las Rockies canadienses serían el campo de batalla: glaciares con cráteres oscuros e infinitos, bosques rodeados de huecos profundos, acantilados rocosos y avalanchas inesperadas.
La misión era esquiar con valentía, confianza y al máximo de nuestras habilidades, cuidándonos entre todos para llegar vivos al punto de encuentro.
Una distracción te cuesta una rodilla o hasta la vida.
A ese nivel de riesgo, la energía y fuerza de la camaradería nos mantiene unidos, porque el heliski es trabajo en equipo.
Cada acción tiene una reacción que impacta directamente en la conexión del grupo.
Te distraes y te pierdes. No obedeces al guía y te traga la montaña. Te quedas atrás y no sabremos si te pasó algo.
Si eres impaciente o te quejas de algún miembro del equipo, no solo contaminas tu atmósfera interna: tu mala vibra envenena el espíritu de la camaradería.
Tus decisiones tienen un impacto colectivo.
Al irse el helicóptero, contemplé la infinidad del indescriptible paisaje blanco en el que fuimos abandonados a nuestra suerte.
A 3,000 metros de altura, inhalé lenta y profundamente el aire frío, sintiendo cómo penetraba en mis pulmones.
Me fundí con la energía y fuerza de la montaña, exigiendo nuestro respeto y absoluta presencia.
Abracé a cada uno de mis hermanos y me acerqué a la pendiente de “Mr. Galena”.
Al ver la infinita extensión de nieve sin rastro humano, sin señalización alguna y con solo 10 personas más, entendí que nunca había estado en una situación que voluntariamente pusiera mi vida en tal nivel de riesgo.
Un año antes murió un aventurero, dos años antes uno se salvó de milagro.
La logística detrás la misión es más compleja de lo que puedo contar.
No dudé de mis habilidades, pero ante la montaña no somos nada. En un instante nos come y desaparecemos para siempre.
“This is no joke, we’re in the fucking mountain. You can die!”,
Gritó Felix, nuestro guía.
Agradecí en silencio.
A mi esposa, por mi libertad para aventurarme en lo desconocido y cuidar a nuestro hijo.
A Oso, por hacerlo posible y convocar hombres con grandes historias.
A Manolo, Alan, Lobo (Señor de los Hielos), Waldemar, Braulio, Álvarito, Chuy, Dan y Moy, por ir a la guerra juntos.
A a mis hermanos que, aún en otro equipo, compartíamos la energía.
A Felix, por sus 10,000 horas de amor al arte que cuidarían nuestras vidas.
Agradecí a la vida por hacerme sentir su belleza y generosidad al experimentarla viviendo intensamente.
Cerré los ojos, intencionalmente respiré el momento para absorber todo en mi memoria celular y recordé el mantra para este viaje:
Toda experiencia te da en la medida que tú te das a la experiencia.
…
…
…
Tomé mi snowboard y me entregué a la montaña.
Esquiando a la misma altura de las nubes, mis ojos no podían creer lo que estaban viendo.
Entré rápidamente en flow. No hay práctica ni tiempo para calentar. Te la juegas desde el primer minuto en un terreno desconocido: pendientes pronunciadas, saltos rocosos, hoyos inesperados y árboles quemados.
Describir la experiencia con palabras es insultarla.
Únicamente podemos sentirla:
Sentir el miedo al subirnos a un helicóptero que nos abandona en la cima de la montaña.
Sentir la fuerza y presencia de las montañas en su forma más salvaje. Desafiándonos y exigiéndonos nuestro máximo nivel para gozarla y experimentarla al límite.
Sentir cómo nace la camaradería en un grupo de hombres que “van a la guerra” y se cuidan unos a otros mientras se juegan la vida en la montaña. “Ya somos amigos”.
Sentir gratitud absoluta por experimentar la vida de esta manera. Agradecidos y conscientes de tener el tiempo, la habilidad, los huevos y el dinero para esta experiencia.
Sentir lo innombrable, lo inconcebible y lo insuperable. Las emociones sin palabras que las definan. Sabiendo que nunca podrás transmitir la intensidad de la experiencia porque solo quien lo vive, lo entiende.
Sentir las nubes:
Sentir este Momento de Tranquilidad:
Sentirte vivo volando y cayendo en el llamado a la guerra:
Racionalizar lo que solo podemos sentir es una fuga de energía.
¿Por qué los hombres tenemos que vivir experiencias que simulen ir a la guerra?
Porque rompe con la comodidad que nos hace viejos y así nos llena de vida.
Desde los tiempos ancestrales, nuestro rol ha sido el del protector, cazador y proveedor.
La energía de confrontar el miedo, superar nuestros límites y poner la vida en riesgo viene codificada en el alma de los hombres.
Hoy la gran mayoría de los hombres no tenemos guerras que justifiquen esas batallas, pero la necesidad sigue y seguirá ahí.
Necesitamos conectar con la aventura de viajar a lugares remotos, subir a la cima de la montaña, meternos al hielo, ayunar, pelear con nuestros demonios, retarnos entre hombres, sudar, sangrar, llorar, gritar.
No para destruir, sino para recordarnos quiénes somos.
Todas las experiencias que simbolizan ir a la guerra —el heliski, el montañismo, el temazcal, las inmersiones en hielo, las aventuras en moto, la Ayahuasca— son ritos de paso que nos conectan con nuestra masculinidad y con nosotros mismos.
Nos devuelven el filo que la comodidad nos ha quitado. Nos entrenan para estar presentes, atentos y sentirnos libres.
Nos sacan del niño herido o el macho reactivo, y nos invitan a habitar al hombre consciente, presente, seguro y poderoso.
No es la guerra en sí. Es el símbolo. El umbral. El llamado.
Al riesgo que nos recuerda que estamos vivos.
A enfrentar el miedo y reconectar con nuestra fuerza.
A desenterrar nuestra esencia bajando la montaña.
Y tú, ¿a qué guerra estás llamado?
Tal vez tu montaña está en casa. En una conversación pendiente. En la decisión que llevas años postergando. En el miedo de mirarte al espejo sin máscaras.
No importa cuál sea tu camino.
Lo importante es que vayas. Que cruces el umbral. Que respondas al llamado.
Porque la vida —la verdadera vida— no ocurre en la comodidad.
Ocurre justo donde vuelve a temblar tu alma.
🎧 Hermanos de la guerra
Acá abajo te dejo 5 grandes historias de algunos de los hermanos que sintieron el llamado a la guerra.
Si escuchas abierto y receptivo, de todas y cada una, te llevarás algo único y práctico para tu vida cotidiana.
Episodios Cracks de
con Braulio Arsuaga, Alan Abruch, Waldermar Franco, Juan Pablo Álvarez (El Señor de los Hielos) y Dan Murillo.
Estimado Miguel mi viaje fue más corto pero me quedo con lo aprendido de todos ustedes. Sin duda no era mi ideal regresar para enterarme que me había partido la rodilla y que me esperan muchos meses de rehabilitación, pero lo aprendido no me lo quita nadie. Abrazo y estemos en contacto.
Qué hermoso Miguel! Gracias por compartir.
Comparto una frase del libro de Rick Rubin que me resuena con lo que escribiste
"If you are open and stay tuned to what's happening, the answers will be revealed"